Construcción de identidades: el caso de Hutus y tutsis

6Construcción de identidades el caso de Hutus y tutsis

Por Rocío Gabriela Santillán.

Introducción

 

El conflicto étnico de los tutsi y hutu es peculiar; porque lo que está en disputa no es una identidad en sí, sino su historia y las consecuencias bélicas de su formación. Los hutu y los tutsi no tienen diferencia de lenguaje y no buscan autonomía política o territorial. Buscan terminar con las desigualdades sociales y con las diferencias étnicas, que en este caso representan más una amenaza que un medio de sobrevivencia.

En las siguientes páginas se realiza una reconstrucción identitaria de ambas etnias, vinculada a las diferentes etapas del conflicto. De esta forma se observan los cambios en la manera en que se reconocen los individuos y cómo identifican al otro. En este proceso también podremos ver que las distinciones se vuelven parte de un discurso que hace presión sobre la población para participar en actos violentos.

1.  De la colonia a la descolonización.

 

Antes de la llegada de los europeos existían entre Hutu y Tutsi diferencias que tenían que ver con el oficio, unos se dedicaban al pastoreo y otros a la agricultura. Ser parte de un grupo u otro dependía básicamente de la actividad que se realizara. Si bien las distinciones se hacían con base en una forma de organización del trabajo, con la llegada de los europeos las diferencias se profundizaron y poco a poco se arraigaron en la conciencia colectiva de las etnias. Los europeos marcaron diferencias raciales en los pobladores; características físicas particulares de cada grupo que servían para identificarlos y distinguirlos. Estas distinciones eran sustentadas por las Ciencias Naturales de la época y asociaban la estructura morfológica con la inteligencia y la capacidad. Los Hutu, tradicionalmente agricultores, fueron clasificados como toscos, de corta estatura, de rasgos gruesos y achatados, piel más oscura y dura; mientras que los a los Tutsi se les atribuyeron rasgos más finos; altos, de complexión más delgada y de piel más clara. A estos últimos se les vio una mayor capacidad de organización y características de civilización, a diferencia de los primeros, a los que se les atribuyo un comportamiento primitivo.

La clasificación racial tiene por sí misma una carga jerárquica (Chretien, 1999) y aunque en realidad las diferencias entre tutsis y hutus no eran tan marcadas, pues compartían la misma lengua y territorio, la intención divisoria de la ciencia europea se materializo. Al señalar constantemente las diferencias de raza en el discurso, se logró que la población incorporara esta jerarquía y se identificaran a sí mismos como dos grupos distintos. Dicha clasificación fue un factor de peso en la posibilidad de una nueva organización, construida con base en las nuevas formas de acción de los individuos, movidos por la identificación hacia un grupo, con toda la carga social que implicaba.

De esta forma podemos explicar la identidad de la etnia y la identidad individual como “socialmente construida” (Fearon y Latin, 2000). Es decir, los individuos no tenían por si mismos una noción de ser diferentes, superiores o inferiores de los otros, más allá de la ocupación que tenían. El afán organizativo y administrativo de los europeos implicaba una clasificación y separación características del Estado-nación y comenzó a formar estructuras artificiales que facilitaron el control de los asuntos públicos. Estas estructuras son el punto de encuentro entre la imposición de una identidad y la incorporación de ella.

La identidad, definida por Gilberto Giménez como “la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los actores sociales en relación a otros actores” no tiene límites sólidos. Es un mecanismo del individuo para identificarse como diferente y trazar fronteras entre lo que le es propio y lo que no. Los elementos que constituyen la identidad individual son tomados de la cultura, de un conjunto de símbolos y significados compartidos. El individuo toma de la información disponible aquellos elementos que le servirán para constituirse como “alguien”. Sin embargo, esta selección no es del todo libre, está condicionada por la posición que ocupa en la estructura social; a saber, de ocupación, de clase, de estrato, ubicación espacial, etc. El individuo toma elementos según las posibilidades inmediatas que tiene de hacerlo.

En el caso de los tutsi y los hutu, la identidad se define al momento de la conquista, con base en las características físicas y las capacidades o virtudes que según los conquistadores son propias de una u otra etnia.

Por otra parte, mientras la región Ruanda-Burundi era conquistada, se implementó una forma administrativa neo-feudal (Chretien, 1999), donde los señores eran tutsi y los siervos hutu. Esta organización, impuesta por los conquistadores, cedió poder y privilegios a los tutsi, estructura que fue heredada como país independiente.

Durante el proceso de descolonización las diferencias se fueron acentuando. El europeo necesitaba dejar una organización funcional, una democracia que pudiera legitimar a la nación independiente (Adonon, 2003). La sociedad de clases gestada con el neo-feudalismo separaba a una clase dominante tutsi de una clase dominada hutu, y el principal motivo no era tanto la posición económica sino la pertenencia étnica, que en este caso implicaba las formas psicofísicas de los individuos.

Las desigualdades aquí configuradas fueron un factor importante para posteriores conflictos socio-políticos que culminaron finalmente en genocidio y que llevan como bandera un discurso donde se acusa a la clase dominante Tutsi de reproducir la desigualdad.

2.  De la Independencia al genocidio: gestación de la noción de amigo-enemigo.

 

En los años posteriores a la descolonización, las diferencias se complejizan. Se agregan factores políticos, económicos y desigualdades crecientes que van a contribuir a un conflicto por el poder. Cabe mencionar que, aunque se ha hablado de etnias en el sentido de grupo con símbolos compartidos, en el conflicto en sí no está participando de hecho todo el grupo. La guerra por el poder se hace entre algunos actores, capacitados e informados para reivindicarse. Es decir, las élites de ambos grupos son quienes entran en conflicto y construyen un discurso en el que se argumentan las razones para estar en contra, las razones para identificar al otro como amigo o enemigo.

El discurso permea en la sociedad a través de los medios de comunicación y de la transmisión de información en la conciencia colectiva. Un factor importante para la creación de este discurso, y así la separación, es el factor económico. Las diferentes crisis por las que pasa la región son atribuidas al poder de la clase dominante.

Se agrega entonces otro elemento a la construcción identitaria; los tutsi como élite política y los hutu como mayoría receptora de la desigualdad, la inseguridad y las consecuencias de la crisis económica.

Encontramos en esta etapa algunos momentos importantes localizados a partir de conflictos armados. El primero, 1959, en que los hutus realizan la primera matanza de tutsis para derrocar al imperialismo tutsi en Ruanda. Posteriormente, en 1972 los tutsi llevan a cabo una matanza de hutus en Burundi para recuperar el poder, ya que a partir de la Independencia los hutu gobernaban en este país. Estos brotes armados son impulsados por y a la vez impulsan diferencias incrustadas en los motivos étnicos que aquí explicamos, es decir diferencias físicas, diferencias de personalidad, de capacidad, de clase, de poder.

Podemos apuntar ahora que el concepto de etnia, en el caso de Ruanda y Burundi, sí implica una distinción biológica. Es decir, etnia como grupo humano de rasgos comunes (Durand-Dastes, s/f) es generalmente separado del concepto de raza en cuanto este último es definido en función de la morfología de los individuos que componen al grupo, mientras etnia se define en función de rasgos simbólicos que los individuos comparten; como el lenguaje, creencias, formas de comportamiento, folklore. En este caso, los elementos que el grupo étnico comparte son precisamente las características físicas que son el principal elemento de distinción entre un grupo y otro.

La pertenencia a una etnia es también en este caso una posición en la escala social y por lo tanto una condición de acceso a la calidad de servicios disponibles. Por ejemplo, la calidad de la educación, un elemento importante para reproducir las desigualdades sociales entre los grupos, fue siempre mayor para los tutsi que para los hutu (Chretien, 1999).

La noción del enemigo en el discurso público es importante porque es un factor para producir violencia; aunque es una elite la que promueve la matanza del otro, necesita de los civiles para sostener su estrategia (Fearon y Laitin, 2000). El discurso hace notar las diferencias y utiliza la sensibilidad de los individuos para alimentar sentimientos de coraje. Los civiles que incorporan la noción del enemigo reaccionarán ante las fuertes presiones de luchar por los suyos. Además del rencor, el pánico es difundido mediante el discurso de que los tutsi buscan regresar al poder y harán cualquier cosa para ello. Esto enciende la llama de hutus extremistas y algunos moderados para contribuir al genocidio.

En 1990 se realiza otra matanza de hutus a manos del Frente Patriótico Ruandés (FPR), una elite de tutsi exiliados que durante su desplazamiento forman un ejército. Por su parte, los hutus extremistas reaccionan y en 1994 el FPR realiza un atentado contra los presidentes de Ruanda y Burundi, desencadenando una de las más trágicas matanzas de la historia. A partir de este momento las referencias étnicas de los individuos quedan en un espacio suspendido, en el que no se encuentra sentido de por qué se es o se pertenece a un grupo o a otro. Los individuos son participes de una depuración del enemigo (McLean, 2009), que pronto se convertirá en su propia esposa o hijo.

Es decir, los grupos étnicos hutu y tutsi, que no estaban totalmente cerrados sino que eran flexibles al punto de tener ambas etnias en una misma familia, pierden durante el genocidio una noción conceptual de su identidad. Ellos saben que si son unos mueren, y si son otros matan. Es hasta tiempo después, pasado el genocidio de 1994, que su identidad se vuelve a configurar y reubicar de manera más compleja, debido a que se adhieren nuevos elementos a los significados compartidos y se modifica la forma en que los individuos se presentan e interactúan entre ellos.

3.   Post-genocidio: nuevas configuraciones de la identidad.

 

Antes de 1994, los individuos portaban una tarjeta de identificación en la que se señalaba si eran hutu o tutsi. Después del genocidio se eliminaron las tarjetas con el afán de cerrar la brecha entre las etnias y evitar que un conflicto armado volviera a estallar. A pesar de que ya no existen las tarjetas, la pertenencia a una etnia sigue siendo de suma importancia para los individuos a un nivel más personal.

Hablar de la pertenencia étnica es un tabú (McLean, 2009), pero los individuos tienen diferentes mecanismos para indagar en el tema. La primera forma de hacer una aproximación es el físico; nariz larga y fina si se es tutsi, complexión delgada, estatura alta, color de piel un poco más claro, dientes separados, encías negras. Si se es hutu se tiene la nariz ancha y achatada, las encías rojas, complexión gruesa, estatura más baja, piel más oscura y dura. Se han tomado otras consideraciones como la forma de la cadera, el largo de los pies y la posición de la línea del cabello.

La segunda forma de reconocer a un tutsi o a un hutu es por el carácter; un tutsi es de carácter duro, serio, hermético, arrogante, dice mentiras, emocionalmente estable por lo que una vez que se gana como amigo se compromete en la relación. Un hutu es más abierto, más humilde, emocionalmente inestable, por lo que sus relaciones suelen ser pasajeras y sin seriedad.

La tercera forma de reconocimiento es por experiencia. Durante el desarrollo de los diferentes momentos de conflicto, hasta llegar al genocidio de 1994 y aun en los años posteriores, miles de personas salieron de Ruanda y Burundi y se refugiaron en los países circundantes: El Congo, Zaire, Uganda, etc. Una vez terminado el conflicto armado muchos regresaron a sus países de origen, otros tardaron más tiempo en regresar y otros no lo hicieron. Muchos niños y jóvenes crecieron en los campos de refugiados y saben la historia pero no la recuerdan o no la vivieron, sin embargo tienen una compleja y fresca noción de lo que define a un hutu o a un tutsi.

Cuando dos personas se conocen, no se preguntan directamente a que etnia pertenecen; comienzan a hacerse preguntas de un pasado cercano y van construyendo el contexto histórico de la persona con base en la información dada. Por ejemplo, si una persona habla de que ha estado en un campo de refugiados, de un escape o de haber estado con los militares, se pensará probablemente que es hutu. Si es alguien que “regresa”, se piensa que es un tutsi, haciendo referencia al regreso del FPR para recuperar el poder.

Finalmente existen fuertes estereotipos que definen a uno y otro; los tutsi se ven generalmente como la “victima” y los hutu como el “perpetuador” (McLean, 2009). El estereotipo tiene que ver con una conciencia histórica de la que un hutu diría: …”los tutsis eran pastores, establecieron una monarquía, y eran la clase privilegiada, los hutu eran la clase baja”. Un tutsi diría: “antes de la colonización las diferencias entre hutus y tutsi existieron, pero eran económicas; los tutsi eran ricos y los hutu pobres, pero la gente podía cambiar de tutsi a hutu o de hutu a tutsi según ganaran o perdieran dinero”.

Las formas de identificar a un tutsi y a un hutu son variadas, sin embargo la gente comete errores frecuentemente. Debido a que es un sistema patrilineal, la identidad étnica se hereda de padre a hijo. Las familias son por lo general mixtas, es decir, un padre hutu y una madre tutsi o viceversa, y las morfologías y personalidades de los individuos también son configuraciones mezcladas.

Por ejemplo, una persona de complexión baja, robusto, de nariz achatada y personalidad abierta es inmediatamente identificada como hutu, pero si su padre es tutsi, adquiere la identidad de tutsi aunque tenga todos los rasgos de un hutu. Una persona de personalidad cerrada, que regresa de un campo de refugiados, se asume como tutsi, aunque sus padres sean hutus. Una persona puede ser hutu, pero tener estatura alta y complexión delgada, o una persona puede ser tutsi pero tener una nariz ancha y ser de estatura baja.

Los errores que se cometen al tratar de identificar la pertenencia étnica de los individuos se deben al alto grado de mezcla o mestizaje entre las dos etnias. La única forma de saber a qué grupo se pertenece es determinando a qué grupo pertenece el padre. Sin embargo esto no define qué es ser hutu o tutsi y con quién se está identificando.

Podemos observar en el estudio de McLean, que los jóvenes tratan de construir sus relaciones normalmente, sin preguntar directamente la identidad étnica del otro, sin embargo sigue siendo un factor importante para otorgar o no la confianza. Por ejemplo, puede que un tutsi no de su amistad a un hutu, debido a que hay, alrededor de las relaciones, fuertes estereotipos y una memoria histórica que tiene una fuerte incidencia en la definición de la identidad.

Conclusiones

 

Podemos decir entonces, que las identidades étnicas de hutus y tutsis son socialmente construidas y se definen mediante un proceso histórico. Los tutsis son tutsis por la historia que han tenido y los hutus también. Los colonizadores sembraron la semilla de división entre los grupos con base en diferenciaciones raciales, también construidas. Sin embargo, con el paso del tiempo otros factores se fueron agregando al bagaje cultural de las diferentes identidades.

La forma en que un hutu o tutsi se define a sí mismo se fundamenta en la conciencia histórica de lo que es uno u otro, y aunque hoy en día las tarjetas de identificación ya no existen, los arraigados estereotipos que definen a los grupos pueden ser un factor para reproducir la violencia (Fearon y Laitin, 2000).

Es evidente a partir de este caso que la identidad de un individuo está determinada por el contexto en el que se encuentra inmerso, y aunque el individuo tenga la libertad de elegir cómo se quiere manifestar y definir ante los otros, su campo de elección estará determinado tanto por su historia, como por el contexto y los diferentes discursos que van construyendo su realidad social particular.

REFERENCIAS

 

•             Adonon Djogbenou, Fabien, “La cuestión nacional en el África negra” en Colonización y en busca de Estado, nación y democracia Antología, vol. II, FCPyS-UNAM, México 2003, pp. 201-235.

•             Durand-Dastes, Francois, “Etnia”, Hypergeo, disponible en: http://www.hypergeo.eu/spip.php?article409 , 27 noviembre 2011.

•             Fearon, James D. and Laitin, David D., “Violence and the Social Construction of Ethnic Identity” International Organization, vol 54, no. 4, 2000 pp. 845-877

•             Jean-Pierre Chretien, “Hutu et Tutsi au Rwanda et au Burundi”, Au coeur de l’ethnie, Paris, La Decouverte, 1999, pp. 129-165.

•             McLean H., Lyndsay, “Everyday ethnicities: identity and reconciliation among Rwanda youth” Journal of Genocide Research, 2009.

•             Gimenez, Gilberto, “La cultura como identidad y la identidad como cultura”, Identidad, cultura y política. Perspectivas conceptuales, miradas empíricas, México, pp. 35-59

Tags: Multiculturalismo

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>